¡Hola a tod@s! Como podéis comprobar, mi post de hoy no va sobre una receta, sino que trata sobre la experiencia de mi parto. Me hace mucha ilusión compartirla con vosotros, y me encantaría que me contarais la vuestra por aquí o en el post de Instagram.

Estoy preparando también un post con mis experiencias y cuidados durante y después del embarazo Pronto os lo contaré!!

Os dejo con esta pequeña historia tan especial para mí ^-^


El nacimiento de Álvaro estaba previsto para el 15 de enero, pero mi bombón quiso adelantar su llegada al mundo una semana.

Las semanas previas al nacimiento de Álvaro fueron bastante duras (supongo que como las de la mayoría de embarazadas). En mi caso, coincidieron con las fiestas navideñas. Esto significa horas y horas sentada en una silla con un montón de comida delante y aguantando el chaparrón. Mis digestiones eran, en general, horrorosas, así que durante estas celebraciones lo pasé regular.

Como ya sabéis, intenté mantenerme activa hasta el final del embarazo, así que el día anterior al parto no iba a ser diferente. Por la mañana, estuve un rato subiendo y bajando las escaleras de mi casa para activar las piernas, pero cierto es que hice más esfuerzo que otros días. A eso de la una vinieron a casa nuestros amigos y estuvimos haciendo lo típico: comer, charlar, juegos de mesa… A la tarde toco sesión de Sing Star con las chicas, y yo lo di todo cantando y bailando (somos unas viciadas de ese juego). Después decidimos ir a tomar algo al centro del pueblo, y ese “algo” derivó en cena… ¡¡¡Somos así!!!

Durante la misma empecé a notar cómo Álvaro se movía de manera diferente a otros días, como queriendo literalmente salir al exterior. Empujaba hacía abajo haciendo que hasta perdiera el hilo de las conversaciones. No me dolía, pero sí que comencé a estar incómoda. Llamé a Xavi, que estaba en otro sitio con los chicos (a veces no nos ponemos de acuerdo y hacemos división de sexos, jeje), para que viniera a recogerme.

La noche la pasé bien, aunque más molesta de lo normal y con un poco de descomposición de estómago, pero ésto no me hizo sospechar que el parto fuera inminente. Me desperté a eso de las 8 y, ¿cuál fue mi sorpresa? Pues que estaba echando el tapón mucoso. La verdad es que no me alerté, porque me habían advertido que podía perderlo días, incluso semanas, antes de que llegara el parto. Pero no fue mi caso. Escasos 10 minutos después, comenzaron las contracciones.

Xavi comenzó a ponerse nervioso y a meterme prisa para que nos fuéramos al hospital, pero yo no perdí la calma pese a que las contracciones fueron muy seguidas desde el primer momento. ¡Me habían dicho que este proceso podría durar muchas horas!

Me preparé mi desayuno como de costumbre porque algo en mi interior me decía que cogiera fuerzas. Pero entre bocado y bocado de mi tostada con aguacate y dátiles, tuve que ir levantándome para aguantar en la mejor postura posible las contracciones. Sobre las 9.30 de la mañana, y viendo que las contracciones me venían cada 3-4 minutos y que cada vez eran más insoportables, nos vestimos y decidimos poner rumbo al hospital. Por cierto, a mí no me dio tiempo a tomarme la famosa ducha relajada de las contracciones, jeje.

¡¡Qué frío hacía la mañana del 8 de enero!! Suerte que fuimos previsores y la noche de antes nuestro subconsciente nos dijo que dejáramos un cartón en la luna del coche por si las moscas. ¡¡Y menos mal!! Porque vivimos en la montaña y estaba toda la calle helada. A las 10 llegamos al hospital y, como era de esperar teniendo en cuenta la intensidad y el ritmo de las contracciones, ¡¡estaba de parto!! Avisamos a los yayos (padres del Xavi) y a los abuelos (mis padres) y a los amigos más cercanos. Como los abuelos viven en Córdoba, compraron el primer billete de tren disponible a Barcelona y salieron “por patas” a conocer a su nieto.

Os tengo que decir que mi parto fue muy rápido. A la sala de reconocimiento llegué dilatada de dos centímetros y, media hora después, ya estaba de seis. ¡¡Imaginaros cómo de intensas eran las contracciones!! Eran tan seguidas y dolorosas que no podía ni hablar. Pero yo estuve muy tranquila y con una actitud muy positiva en todo momento. No fue el caso de mi chico, que no sabía qué hacer ya para calmar mi dolor. Intentaba hacerme los masajes que nos habían enseñado en las clases preparto, pero tuve que decirle que lo dejara porque aquello era de todo menos un masaje relajante, jeje.

En este punto, y dilatada de ocho centímetros, me pusieron la epidural (sí, quise hacerme la fuerte meses atrás y prescindir de ella, pero en el momento de la verdad no tuve “ovarios” de hacerlo) y todo cambió. Ya no sentía dolor, aunque sí una leve presión intermitente. A partir de ese momento pude empezar a comunicarme con mi chico y con mi familia.

Media horita después de que me pusieran la epidural, empecé a sentir que la presión ahí abajo era muy fuerte. La comadrona, al reconocerme, vio que el momento de dar a luz era inminente. Me hizo empujar dos o tres veces allí mismo y Álvaro asomó su peludita cabeza emocionando a su padre cómo nunca antes lo había visto. Dejaron a mi bebé a “las puertas” a la espera de que llegara mi ginecólogo.

Quince minutos más tarde (a mí me parecieron horas) llegó el Dr. Acosta y me llevaron a la sala de partos. Recuerdo cómo mi cabeza estaba tranquila y segura de que todo iba a salir muy bien. Estábamos a escasos minutos de abrazar a nuestro bebé y, por supuesto, no iba a dejar que los nervios nublaran ese momento. Una vez colocada en la camilla y con las piernas en alto, me hicieron empujar muy fuerte (como si fuese a hacer de vientre, me decían). Tan intensamente empujaba, que hasta tuve un derrame en los ojos. Tras cuatro empujones me incorporé como buenamente pude para poder ver el momento de la salida de Álvaro.

Y sucedió. A la 13.30 del gélido 8 de enero, sólo cinco horas después de notar la primera contracción, nuestro hijo ya estaba con nosotros. Una mezcla de sentimientos y sensaciones se apoderaron de mí justo en el instante en el que lo pusieron sobre mí. Piel con piel. Latido con latido. Un ser “extraño” había llegado a este mundo para quedarse y depender de nosotros para “TODO”.

Minutos después de nacer, empecé a amamantarlo con todas mis ganas. Y empecé a quererlo con todas mis ganas.


Anécdotas:

– Tras hacerme efecto la epidural, hicimos una videollamada con mi familia de Córdoba. Así pude hacer partícipes a mis padres, a mi hermana, a mis sobrinas y a mi abuela de ese momento tan especial.

– Yo creo que Xavi se hizo 10 km andando arriba y abajo en la sala de dilatación. Tenía que ir tranquilizándolo yo a él en vez de él a mí.

– “¡¡¡Niña, tiene mucho pelo!!!”, decía Xavi llorando y mordiéndose los nudillos como un niño pequeño al ver la cabecita de Álvaro aún en la sala de dilatación. No olvidaré jamás ese momento.

– Tuvieron que pincharme dos veces la epidural porque sólo se me durmió el lado izquierdo.

– Me dieron un punto.

– La primera noche se quedaron en la habitación con nosotros Xavi y mi madre. No sé quién se portó peor, si Álvaro o mi madre, que estaba resfriada. Imaginaros el plan: cuando no lloraba uno, roncaba la otra, jeje. Obviamente, pasé la noche en vela.

– La foto oficial que Xavi envió minutos después de que Álvaro naciera a nuestras familia, a los amigos y a alguno más que mejor no saber, dejaba entrever partes de mi anatomía poco importantes para ellos, jaja. Vamos, que la comadrona tuvo poco cuidado al encuadrar la foto y salió todo mi asunto. Y menos cuidado tuvo Xavi al no darse cuenta de lo que estaba enviando. Cierto es que hay que fijarse dos veces para verlo, pero ahí está, en los móviles de mis queridos amigos, familiares y demás. Yo me lo tomé a risa.

Es la foto que os pongo a continuación, pero aquí está recortada.


Espero que os haya gustado mi experiencia.


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